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La Lealtad Inquebrantable: ¿Por Qué Amamos a una Selección de Fútbol, Incluso en la Derrota?

Por Jesús Peña

 

Recientemente, mi atención en YouTube se desvió de los habituales flujos de noticias globales —desde la inestabilidad civil en Los Ángeles, hasta las complejidades arancelarias entre Estados Unidos y China y la volátil dinámica del mercado de divisas argentino— para centrarme en un tema de profunda resonancia local: el desempeño de nuestra selección de fútbol frente a Surinam. El empate, como era predecible, generó descontento entre la afición. No obstante, a pesar de que el rendimiento de la selección nacional ha sido, a mi juicio, entre regular y deficiente, la hinchada se hizo presente en el estadio, exhibiendo un apoyo notablemente incondicional.

Este fenómeno me impulsó a una reflexión fundamental: ¿por qué los seguidores de un equipo persisten en su apoyo, incluso ante un historial de derrotas y una calidad de juego cuestionable? El fútbol, más que un mero deporte, es una pasión que moviliza a millones. En el epicentro de esta fervorosa devoción se encuentra el aficionado, una figura cuya lealtad a menudo desafía la lógica racional. La explicación reside en una compleja interconexión de factores psicológicos y sociales que, lamentablemente, son susceptibles de explotación.

La Profundidad del Vínculo: Más Allá del Campo de Juego

Desde una perspectiva posiblemente psicológica (aunque no soy experto en dicha ciencia), la lealtad del aficionado se cimienta firmemente en la Teoría de la Identidad Social. Para un gran número de personas, el equipo de fútbol trasciende la suma de once jugadores; se convierte en una extensión de su propia identidad. Pertenecer a la afición confiere un sentido vital de pertenencia y comunidad, elementos esenciales para el bienestar humano. Compartir la emoción, los cánticos y los rituales con otros seguidores fomenta un lazo social inquebrantable. La discusión diaria en la oficina sobre el último partido, el debate sobre los mejores y peores jugadores, y la tradición familiar o historia personal ligada al equipo —como nuestra querida selección de El Salvador— consolidan esta conexión como un pilar emocional y cultural predominante en la población.

Esta inversión emocional genera un profundo compromiso afectivo. Los aficionados dedican tiempo, energía y recursos a su equipo, creando un "costo de salida" psicológico considerablemente elevado; abandonar al equipo se percibe casi como abandonar una parte de uno mismo. Siempre se mantiene la esperanza perpetua de que "esta vez sí" las cosas cambiarán, un sesgo optimista que se renueva con cada nuevo partido o temporada, a pesar de la evidencia empírica. La disonancia cognitiva también desempeña un papel crucial: cuando la cruda realidad del bajo rendimiento colisiona con la creencia en el equipo, los aficionados a menudo racionalizan las derrotas o se aferran a cualquier indicio, por mínimo que sea, de mejora o compromiso.

La Paradoja de la Pasión: ¿Se Aprovechan los Dirigentes?

Si la lealtad es tan inquebrantable, surge una pregunta crucial: ¿por qué los aficionados no exigen una mejor calidad de juego y una gestión más eficiente de sus equipos? Y, ¿se aprovechan los dirigentes de esta situación?

Aunque los lazos emocionales y de identidad son profundos, existen varias razones por las cuales las exigencias de los aficionados no siempre se traducen en cambios significativos:

Poder Asimétrico: Los aficionados, aunque numerosos, están atomizados. Carecen del mismo nivel de organización o poder de negociación que los directivos, los patrocinadores o las ligas. Su capacidad para movilizarse efectivamente en pro de un cambio sostenido es limitada.

"Costo de Salida" Emocional: El alto nivel de compromiso afectivo hace que sea extremadamente difícil para un aficionado "abandonar" a su equipo. Amenazar con dejar de asistir o consumir productos del equipo es una medida drástica que choca frontalmente con la identidad social y la inversión emocional ya realizada. Para muchos, es casi impensable.

Esperanza Perpetua: Como se mencionó, la esperanza de que "esta vez sí" mejoren las cosas es un motor poderoso. Los directivos pueden explotar esta expectativa con promesas de nuevas contrataciones, cambios de entrenador o proyectos a largo plazo que rara vez se materializan en el rendimiento deseado.

Dicotomía de la Afición: Dentro de la afición, siempre existe un espectro. Algunos son más críticos y exigentes, mientras que otros son más incondicionales. Esta división interna dificulta la formación de un frente unificado para presionar a la directiva.

Desconocimiento de la Gestión Interna: Los aficionados generalmente carecen de acceso a información sobre las decisiones financieras, los contratos o la planificación estratégica del equipo. Esto dificulta que sus quejas o demandas sean específicas y estén bien fundamentadas.

Foco en el Resultado Inmediato vs. Proceso: La frustración suele centrarse en el resultado del partido, no necesariamente en la ausencia de un proyecto deportivo a largo plazo o una gestión deficiente. Es más fácil quejarse del entrenador o de un jugador que de la estructura directiva completa.

La cruda realidad es que los dirigentes, con mucha frecuencia, se aprovechan de esta situación. El modelo de negocio de numerosos equipos de fútbol se basa en la capitalización de la fidelidad emocional. Esta lealtad incondicional se traduce en ingresos constantes a través de:

Poder económico y/o político: A pesar de las quejas sobre la falta de rentabilidad y la supuesta "acción social" de los equipos, gran parte de los dirigentes poseen intereses económicos subyacentes en sus propias actividades (negocios relacionados, mercadeo, influencia, poder de negociación) o influencia política, que a menudo se entrelaza con prebendas o poder local/nacional. Si bien existen, y deben ser reconocidos, algunos dirigentes excepcionales o al menos competentes que sí se comprometen con la misión deportiva de sus equipos, estos son una minoría y a menudo son relegados por no formar parte de las élites dirigenciales predominantes.

Venta de entradas: Los estadios continúan recibiendo asistentes, incluso en temporadas desastrosas.

Venta de merchandising: Las camisetas, bufandas y otros productos del equipo son símbolos de identidad que se siguen adquiriendo, independientemente del rendimiento deportivo.

Derechos de televisión y patrocinios: La base de aficionados y la visibilidad que generan, incluso la de un equipo perdedor, siguen siendo valiosas para los anunciantes y las cadenas de televisión.

Este modelo, basado en el mercantilismo y la capitalización de la fidelidad emocional, puede reducir la presión para invertir en talento, mejorar la gestión deportiva o rendir cuentas por los resultados. Mientras los ingresos fluyan, la urgencia de cambiar una estructura o un proyecto deportivo deficiente disminuye.

Un Futuro de Reflexión

La pasión por el fútbol es una fuerza poderosa y hermosa que une a las personas. Sin embargo, es vital que los aficionados seamos conscientes de esta dinámica. Reconocer que la lealtad es un activo valioso para el equipo, pero también un punto vulnerable para la explotación, es el primer paso. La verdadera fuerza de la afición reside no solo en su número, sino en su capacidad de discernimiento y, cuando sea necesario, de exigir la excelencia y la responsabilidad a aquellos que gestionan la identidad y la pasión que tanto valoramos. Como le comenté a un amigo, esto no es cuestión de fe, sino de una planificación rigurosa, cumplimiento del plan y, si es necesario, la sustitución de dirigentes y jugadores que no cumplen las expectativas.

¿Crees que los aficionados salvadoreños están comenzando a exigir más de nuestra selección, o la lealtad incondicional sigue siendo el factor dominante?




 

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